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HOY RECOMENDAMOS LECTURA:

El niño con el pijama de rayas,

de John Boyne. 

            UNO DE LOS ÚLTIMOS ÉXITOS EDITORIALES A NIVEL MUNDIAL ES EL BESTSELLER DE JOHN BOYNE (UN ESCRITOR DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL) QUE POR FIN HA DADO EL SALTO A LA LITERATURA DE ADULTOS Y A LA LITERATURA INTERNACIONAL.

 

            EN EL LIBRO SE CUENTA LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y EN PARTICULAR EL TEMA DE LOS CAMPOS DE EXTERMINIO NAZI DESDE LA MIRADA LIMPIA DE UN NIÑO.

 

            EL FRAGMENTO QUE TE PRESENTAMOS ES ESPECIALMENTE DESTACADO: SIEMPRE HAY MUCHAS COSAS QUE NOS ACERCAN AL OTRO; NUNCA SABES DÓNDE HABRÁ UN NUEVO AMIGO O INCLUSO UN ALMA GEMELA. UNA ALAMBRADA (AUNQUE SEA ALTA O ELECTRIFICADA) NO ES RAZÓN PARA EL ALEJAMIENTO; MÁS BIEN PARA METER UN DEDO Y TOCAR A LA PERSONA CON QUIEN NOS CRUZAMOS. LA MEJOR CARICIA ES UNA PALABRA.

  

            «Cuando  Bruno empezó a acercarse al niño, éste estaba sentado con las piernas cruzadas y la cabeza gacha, sin embargo, al cabo de un momento levantó la cabeza y pudo verle la cara. Tenía un rostro muy extraño. Su piel era casi gris, de una palidez que no se parecía a ninguna que Bruno hubiera visto hasta entonces. Tenía los ojos muy grandes, de color caramelo y un blanco muy blanco. Cuando el niño lo miró, lo único que vio Bruno fueron unos ojos enormes y tristes que le devolvían la mirada.

            Bruno estaba seguro de que jamás había visto a un niño más flaco ni más triste en su vida, pero decidió que lo mejor era hablar con él.

            ─Estoy explorando ─dijo.

            ─¿Ah, sí? ─replicó el niño.

            ─Sí.

            ─Desde hace casi dos horas.

            Aquello no era estrictamente cierto. Bruno sólo llevaba una hora explorando pero no le pareció muy grave exagerar un poco. No era lo mismo que mentir, y le hizo sentir más aventurero de lo que en realidad era.

            ─¿Has encontrado algo? ─preguntó el niño.

            ─No gran cosa.

            ─¿Nada de nada?

            ─Bueno, te he encontrado a ti ─dijo Bruno tras una pausa.

            Miró fijamente al niño y estuvo a punto de preguntarle por qué estaba tan triste, pero temió parecer descortés. Sabía que a veces las personas que están tristes no quieren que les pregunten qué les pasa; a veces lo cuentan ellos mismos y a veces no paran de hablar de ello durante meses, pero en esa ocasión Bruno creyó oportuno esperar. Durante su exploración había descubierto una cosa, y ahora que por fin estaba hablando con alguien del otro lado de la alambrada se dijo que no podía estropear la oportunidad de informarse.

            Así pues, se sentó en el suelo, en su lado de la alambrada, cruzando las piernas igual que el otro niño, y lamentó no haber llevado un poco de chocolate o quizá una pasta que podría haber compartido.

            ─Vivo en la casa que hay a este lado de la alambrada ─dijo.

            ─¿Ah, sí? Una vez vi la casa desde lejos, pero a ti no.

            ─Mi habitación está en el primer piso. Desde allí veo por encima de la alambrada. Por cierto, me llamo Bruno.

            ─Yo me llamo Shmuel ─dijo el niño.

            Bruno arrugó la nariz; no estaba seguro de haber oído bien.

            ─¿Cómo dices que te llamas?

            ─Shmuel ─repitió el niño como si fuera lo más normal del mundo─. ¿Y tú cómo dices que te llamas?

            ─Bruno.

            ─Nunca había oído ese nombre ─declaró Shmuel.

            ─Ni yo el tuyo ─reconoció Bruno─. Shmuel. ─Reflexionó un poco─. Shmuel ─repitió─. Me gusta cómo suena. Shmuel. Suena como el viento.

            ─Bruno ─dijo Shmuel asintiendo con la cabeza─. Sí, me parece que a mí también me gusta tu nombre. Suena como si alguien se frotara los brazos para entrar en calor.

            ─No conozco a nadie que se llame Shmuel.

            ─Pues en este lado de la alambrada hay montones de Shmuels. Cientos, seguramente. A mí me gustaría tener mi propio nombre.

            ─Pues yo no conozco a nadie que se llame Bruno. Aparte de mí, claro. Creo que soy el único.

            ─Entonces tienes suerte ─dijo Shmuel.

            ─Sí, supongo que sí. ¿Cuántos años tienes?

            Shmuel pensó un momento, se miró los dedos y los agitó como si hiciera cálculos.

            ─Nueve ─dijo─. Nací el quince de abril de mil novecientos treinta y cuatro.

            Bruno lo miró con asombro.

            ─¿Qué has dicho? ─preguntó.

            ─He dicho que nací el quince de abril de mil novecientos treinta y cuatro.

            Bruno abrió mucho los ojos y sus labios formaron una O.

            ─No puede ser ─dijo.

            ─¿Por qué?

            ─No ─dijo Bruno sacudiendo la cabeza─. No quiero decir que no te crea. Pero es asombroso. Porque yo también nací el quince de abril de mil novecientos treinta y cuatro. Nacimos el mismo día.

            Shmuel reflexionó un momento.

            ─Entonces también tienes nueve años ─razonó.

            ─Sí. ¿Verdad que es raro? ─dijo Bruno.

            ─Muy raro. Porque en este lado de la alambrada hay montones de Shmuels, pero creo que ninguno que haya nacido el mismo día que yo.

            ─Somos como hermanos gemelos ─dijo Bruno.

            ─Sí, un poco.

De pronto Bruno se puso muy contento. Le vinieron a la mente Karl, Daniel y Martin, sus tres mejores amigos para toda la vida, recordó cómo se divertían juntos en Berlín y se dio cuenta de lo solo que se había sentido en Auchviz».

  

             Boyne, John: El niño con el pijama de rayas (trad. Gemma Rovira Ortega), Barcelona, Salamandra, 2007.

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